Estoy soñando (2)
Esa vez, al abrir los ojos, no
había ninguna voz explicándome o comentando algo estúpido sobre aquel lugar, ni
siquiera escuché al chico de la izquierda que me lo había contado todo. Ese
momento fue un poco más duro.
Despertar en aquella tierra no era
tarea sencilla, porque apenas podías moverte. No es que hubieras estado
durmiendo en el suelo y te levantases con dolor muscular y varias
contracciones, es que directamente dormías sentada, dando tumbos cada dos
minutos por la inestabilidad de tu cuerpo, y absolutamente preocupada por si
podías despertare y descubrir que estabas mirando fijamente a los ojos de la
nada. Pero, quién sabe, aquello tampoco era dormir.
Cualquiera habría afirmado que sí
al verme intentándolo, pero yo pienso que más bien me desmayé. O perdí la
razón, o intenté soñar con otra cosa. Pero aquello no era dormir, porque
entonces me hubiera sentido cansada tarde o temprano, y no había tenido ningún
malestar físico desde que “llegué”.
La cuestión es que al “despertar”,
el mundo cayó de repente sobre mis hombros. Reparé en que las horas que me
había pasado durmiendo había podido moverme sin dificultad, así que quizás era
por fin dueña de mi propio cuerpo. Pero razonar en eso sólo hizo que empeoraran
las cosas. Al intentar mover el brazo, este accedió y un terrible calambre
muscular me recorrió el cuerpo de la mano al fin de la columna vertebral.
Estuve a punto de gritar de dolor, pero me contuve; tenía algo de miedo. Mi
cuerpo estaba absolutamente sobrecargado. Los brazos me pesaban más que nunca,
las piernas me dolían a la misma vez que los pies me hormigueaban de lo poco
que los había movido. Mi espalda tenía más contracturas que nunca, casi hubiera
podido decir que me había roto cada vértebra. Las caderas me pesaban y las
piernas estaban casi agarrotadas. Los ojos me lloraban y picaban, y tenía un
pitido incesante en los oídos. No pude contenerme más y solté un pequeño
gritito.
Empecé a estirarme con los ojos
cerrados, teniendo cuidado por si los abría en momento equivocado o me movía
más de la cuenta. Fui relajando cada parte de mi cuerpo como pude, hasta los
dedos de los pies, sin apenas darme cuenta que había un niño de unos 4 o 5 años
algunos palmos a mi derecha que avanzaba despacio hacia el prado. En cuanto
terminé de estirarme y vi a aquel niño, estuve a punto de gritarle algo, pero
supe que se daría la vuelta y no habría vuelta atrás.
Pensé que hacer. Podía acercarme
hacia él, pero eso sólo me empeoraría a mi. Podía buscar ayuda pero, ¿a quién?
Me vino a la mente una vieja canción, algo que podría hacer que se diese cuenta que
estaba ahí sin asustarle. Empecé a tararearla en voz baja y el niño paró en seco. Sé que ambos teníamos miedo.
-Hola muchacho, sé que estás
asustado pero tienes que confiar en mi. Ahora mismo no puedes girarte porque… -
no quería decirle que podía morir simplemente por darse la vuelta, era
demasiado para el chico -. Porque estoy desnuda. Seguro que tu madre te ha
dicho que no hay que molestar a las señoritas cuando están en el baño, ¿a que
sí?
El chico seguía impasible, pero
cerró las manos en un puño, así que seguí hablando.
-¿A que esto es muy raro? Pero no
tienes que tenerle miedo. Es como mi casa, ¿sabes? Y has llegado justo cuando
me estaba cambiando, por eso no quiero que te des la vuelta. Si te sientas y me
contestas puedo contarte cosas sobre este lugar. Conozco historias muy
divertidas que contarte.
Yo cada vez tenía más miedo. Temía
que saliese corriendo o que se diese la vuelta, o que simplemente me ignorase
completamente. Le había mentido descaradamente, pero era tan pequeño que no
hubiera podido decirle otra cosa y que se quedase quieto.
-Siéntate, anda – le dije con voz
dulce, pero él ni se inmutó. Ya no sabía que hacer, tenía cada vez más miedo.
Tardó algún tiempo en sentarse, y
cuando lo hice exhalé un suspiro.
-¿Te gustan las historias? Porque
tengo una muy bonita sobre aquel mar de allí, pero no puedes girarte porque aún
estoy desnuda y no puedes correr hacía allí sin que haya terminado la historia,
¿vale? – dije. Él no contestó, pero yo seguí hablando – El otro día estaba
dándome un baño en aquellas aguas porque hacía mucho mucho calor…
Y el niño salió corriendo. Se
levantó de un brinco y salió corriendo. Y lo que me hizo darme cuenta de que no
podía escucharme, porque nada que estuviese detrás suya existía para él, fue
que no se dirigió al mar, ni se dio la vuelta. Corrió hacia la valla, como si
no me hubiera escuchado. Porque no me estaba escuchando.
En pocos minutos me tapé los ojos
con las manos mientras él gritaba de dolor y desaparecía.
-La primera vez es duro – afirmó
una voz familiar a mi izquierda-, es una pena que te haya tocado un niño. No
quería interrumpir porque hay cosas que tienes que descubrir por ti misma, y
veo que lo has hecho bien. Lo siento, pero todos los que seguimos aquí hemos
pasado por eso.
-¿Por qué coño no me has dicho nada? ¡Era sólo un niño, estaba incluso más asustado que yo! - grité enfadada.
-Porque cuando yo vine aquí no había nadie que me explicara qué estaba pasando - contestó con calma-. Así que deberías agradecerme por contarte todo lo que sé y no enfadarte conmigo porque quiera que descubras cosas por ti misma.
-Pero él sólo tenía 4 o 5 años... - dije avergonzada.
-No era de los más pequeños.
Su afirmación me hizo quedarme sin voz, y con ganas de correr hasta llegar al final de ese sitio.
Pero me quedé quieta y cerré los ojos otra vez.